miércoles, 27 de febrero de 2013

Bromeo y Julieta


Por seguir con el baile de boutades iniciado en Italia este domingo como remate al carnaval, para rizar el rizo y para que no decaiga, diré que no todo está perdido: tenemos a Grillo, a los Grillos del mundo (uníos), que pueden hacer la jaula algo más llevadera.

martes, 26 de febrero de 2013

Marzo es hembra


A razón de cómo crecen adopciones y fecundaciones asistidas, los hijos de pago aumentarán exponencialmente en las mujeres mejor cubiertas, que es un decir, mientras los de las con menos recursos serán gratuitos o no los tendrán. Algo bueno tenía que tener ser pobre. 


lunes, 18 de febrero de 2013

Cinematontunas: La conexión Marx


A la llegada del sonoro, una gran preocupación embarga a la industria del cine: cómo seguir manteniendo al público enganchado a las pantallas.
De hecho, el capital cinematográfico –miedoso, como todos– se mostraba reticente a la implantación definitiva del nuevo invento, siendo al sentirse los efectos de la depresión cuando su adopción comenzó a acelerarse –y no por casualidad, según los malvados–, empezando por el formato más entertainment, como renovada forma de mantener al machacado y deprimido personal con las pestañas (y ahora también la oreja) pegadas a cualquier historieta, y no suelto por ahí. 
Pero la necesidad de diluir en un nuevo lenguaje y relato la vida cotidiana de la gente, y que eso a la vez diera dinero suponía toda una novedad, así como un problema, no planteado nunca en la industria, un tanto a la deriva por diferentes motivos.
El público, hasta ahí, estaba hecho a un tipo de relato, un modo de narrar e incluso unas historias que se adaptaban al formato y las técnicas creadas para ello, dirigidas a hacerlo más factible; todo muy bien amalgamado. Y cuando llega el sonoro, todo eso cambia. Primero la técnica, luego los lenguajes, y al final incluso las historias. Unas historias que, al ser habladas y llevar la voz la parte más “cantante”, tienden a dejar en segundo plano a los silencios que inevitablemente se han de producir en el metraje. 
Y surge la incertidumbre, y a los productores les entra el pánico, temiendo que al más mínimo silencio sin resolver, el público salga escopeteado de la sala. Y empiezan a probar fórmulas precautorias contra esa catástrofe parecida a la marital del miedo a no tenerse nada que decir. Unas funcionarán; otras no. Las que no, pasarán al olvido. Las que sí serán las que el cine siga hasta hoy.
La más socorrida y lógica será hacer películas silentes y sonoras a la vez. Mixtas. O límbicas, como se prefiera. Un cine que, con las dificultades propias del intento, consiguen hacer digno sólo algunos directores criados en el mudo pero que enseguida demuestran dotes para lo nuevo: Ford, Mamoulian, Borzage, Hawks, etc. Son películas que evidencian la necesidad –bien allegada por los estudios posteriormente– de buenos guionistas, tanto literarios como cinematográficos, escenógrafos, técnicos de sonido y otros oficios fundamentales, para el atornillamiento del espectador a su butaca.
La otra opción para rellenar silencios será la más obvia y tal vez más impensada, e incluso cutre, aunque de lo más efectiva: hacer películas en las que no se pare de hablar. De donde las adaptaciones teatrales, el trasplante de Broadway al set de rodaje, algo calificado de artificial y chapucero por más de un crítico. Cosa que molesta muy poco a los estudios, mientras funcione, dado que lo que más les molesta es que no funcione del carajo, o sea inundando las taquillas. Y por eso se fijan en un Broadway que sí las inunda: el dedicado al vodevil, ese invento francés decimonónico para públicos populares –en España conocido como café cantante o teatrillo (el Teatro Chino)–, que los americanos encumbraron hasta apropiárselo (y dar pie a algunos estudiosos de su cine a definirlo como hijo de él y el melodrama).
El vodevil es el espectáculo en el que los Hermanos Marx destacan con éxitos clamorosos en una guerra muy reñida con competidores tan dotados como ellos. Sólo que ellos poseen para Hollywood algunas dotes entonces muy deseadas: son un grupo y hacen cosas distintas. 
De modo que se los llevan para desviar así el río de billetes hacia las pantallas, algo sólo parcialmente conseguido en el primer intento, The Cocoanuts, la versión cinematográfica del propio éxito teatral de los Brothers, medio malograda por los defectos del sonoro en 1929 y lo poco afinado aún de la fórmula; algo que mejorará al año siguiente, de muy mala cosecha por los efectos del Crack, aunque no para ellos, pues los productores les montan todo un largometraje, algo un tanto insólito en tales fechas, para intentar repicar con El conflicto de los Marx, donde, siguiendo la línea de adaptación de su arte vodevilesco, logran dar ya casi con la clave. Y sus resultados económicos no desmoralizar a los productores, que vuelven a probar en 1931 con una tercera, Monkey Business, que será la vencida.
Con una trama menor que un show de marionetas, un guión trufado y pillado con pinzas, se les deja hacer en una serie de situaciones, perseguidos por la cámara y, con un montaje de tres al cuarto, la película es un hallazgo. Y más de uno exclama: “¡Esto era!”. Y con razón.
Casi de casualidad, yendo a su toletole –la dirección de actores en ese momento un tanto anárquico de transición es prácticamente nula–, los Hermanos consiguen una película de ritmo rápido y continuo, sin pausas ni más caídas que las de las víctimas de Harpo, acaparando la atención completa del público, como sólo se hacía con el mejor cine mudo, pero ahora sin capturar sus emociones más patéticas, sino las más prosaicas.
La película funciona como uno de aquellos cortos de policías de la Keystone, como a cámara rápida, solo que a velocidad normal, hablada y en largometraje. Y con un agregado que todavía le da aún más apresto de leyenda (no por su calidad sino por premonitoria), cual es que, por la propia naturaleza de los actores, funciona como un lenguaje perfecto de transición entre el mudo y el sonoro, en todos los sentidos: técnica, interpretativa y lungüísticamente. Es decir, como combinación perfecta entre lo visual y lo hablado, gracias a la natural alternancia en el espectáculo de los Marx más charlatanes y acaparadores de atención (Groucho debía de odiar el silencio tanto como los productores), pero con uno de ellos, y esto es muy importante, que es mudo.
Además, al simplificarse la trama a varias situaciones a resolver por la acción actoral, los Marx encuentran, pienso que de chiripa, aunque lo llevasen buscando toda la vida, un nuevo género de cine: la sit comedy moderna, de tanta aceptación hasta hoy, sobre todo en televisión. Así pues, de modo no muy consciente, y desde una actuación mucho menos pensada que un Hitch, por ejemplo –o los cineastas europeos, que aguantarán durante muchísimos años el tirón de lo visual, lo mudo, en sus películas–, encuentran la panacea que la industria buscaba, el nexo entre lo nuevo y lo viejo, el cine total, ideal y nuevo para el gran público, mezcla de géneros viejos y nuevo género a la vez que da con una de las claves fundamentales cinematográficas que persisten hasta hoy, que es el ritmo.
Cuando decimos preferir el cine americano a otros, poniendo irónicamente como ejemplo nefasto cierto cine francés en el que se puede ver crecer la hierba, nos estamos refiriendo a ese ritmo trepidante que nació precisamente en esa época y de unas determinadas películas, tan bien ejemplarizado por Monkey Business, que hace de este tipo de cine un prototipo a seguir y que será desarrollado de una forma más consciente y elaborada por el melodrama, dando lugar entre ambos al carácter bípedo definitivo del nuevo lenguaje videosonoro que tanto caracteriza al Hollywood más clásico.
Con el tiempo, ese ritmo y lenguaje tan característicos serán suplantados a partir de la utilización de los planos rápidos importados de la publicidad, desvirtuando y estigmatizando un cine en cuyo origen está ese ritmo cinematográfico por excelencia, que se adoptó como norma hasta casi arrumbar al teatral, su hermano gemelo parido para lo mismo que él, al darse cuenta la industria de que ésa era la vía de hacer el nuevo cine, la que resolvía sus incertidumbres de mercado, sus problemas técnicos y sus complejos ideológicos. La que los Hermanos Marx, subidos como jokeys, quizá accidentales, al caballo de Troya metido en la ciudad del cine como de rondón, iban a abrir, y a la que todos, todos, se iban a subir hasta hacerle andar, y galopar como caballo ganador hacia la meta a toda mecha. No es de extrañar que después de eso se hicieran de oro.

jueves, 14 de febrero de 2013

Dime de qué presumes



Este año la Semana Santa se ha juntado con el carnaval, con el anuncio papal antes del entierro de la sardina, antes miércoles de ceniza, de retirarse en plena cuaresma,

miércoles, 13 de febrero de 2013

Lápidas

Cuando dicen eso de 'Y Dios dijo "Hágase la luz", y la luz se hizo', ¿se refieren al Génesis o a Iberdrola?

jueves, 7 de febrero de 2013

El taquillaje


Lo que estos días estamos viendo en nuestras pantallas es cine político de la peor estofa. Argumentos socorridos y resobados, desarrollos farragosos, puestas en escena truculentas, guiones pésimos, actores de no recibo, montajes con manchas de bocata de atún